Los duraznos en almíbar han sido y seguramente seguirán siendo uno de los postres y/o ingredientes para repostería más popular en todo el mundo desde hace ya varias décadas, y es que quien no adora en cualquier momento comerse un delicioso, suavecito y dulcecito durazno remojado en esa deliciosa salcita o sirope que habitualmente lo acompaña, y es que nos recuerda lindos momentos de nuestra vida, por ejemplo como olvidar cuando éramos niños, y en época de navidad anhelábamos que llegara el momento de la cena, no por la carne, o pavo, sino para poder comernos ese pequeño pedacito de cielo llamado durazno, y es que es así, seguramente no había mejor manera de describirlo, incluso muchos que ya somos mayores aun los seguimos describiendo de esta manera.
El durazno o melocotón es originario de medio oriente, y posteriormente fue popularizado y comercializado por el imperio romano, es un fruto dulce con una semilla grande con forma de almendra en su interior y cuya piel está recubierta por pequeños “vellos”, proveniente de un árbol que posee su mismo nombre, posee grandiosos beneficios para nuestra salud, pues en el encontramos múltiples carbohidratos, fibra que ayudará a mejorar nuestra digestión, una moderada concentración de proteínas, además de vitaminas como las del complejo B, E, C y K, y minerales como calcio, potasio, hierro, magnesio, fósforo, potasio, sodio y zinc, elementos de vital importancia para nuestro organismo y sistemas como el digestivo, óseo, circulatorio y tejidos musculares, por lo cual es un alimento muy completo para mantener en nuestra dieta.
Los duraznos en almíbar son realmente muy versátiles y es que pueden consumirse tal cual como vienen, acompañados por algún tipo de queso o de crema a base de leche, un acompañamiento para carnes o pueden ser una deliciosa decoración para múltiples postres como gelatinas o pies.